Cuando se habla de educación emocional, y aún más cuando nos referimos a una pedagogía del amor y de la ternura, puede existir la tentación de reblandecer su sentido, de pensar en una visión ñoña de la vida y de la educación, una visión en la que alumno y profesor son extrañados de su realidad, inmersos en un limbo edulcorado desprovisto de todo conflicto. Es por eso que pienso que está bien recuperar el pensamiento y la figura de Paulo Freire para contextualizar teóricamente está pedagogía de las emociones, del amor.
Para entender la educación de las emociones es preciso recordar el concepto de educación bancaria, una concepción de la educación como proceso de depositar los contenidos en el educando por el educador. Aparece por primera vez en la obra pedagogía del oprimido de paulo freiré, en la cual se analiza este tipo de educación como instrumento fundamental de opresión en oposición a una educación problematizadora. En lugar de observar la educación como comunicación y diálogo, la educación bancaria contempla el educando como sujeto pasivo ignorante que ha de memorizar y repetir los contenidos que se le inculcan por el educador, poseedor de verdades únicas e inamovibles.
El educador ha de partir del nivel individual, cultural, político, económico, social, en el que el educando se encuentra, con el objetivo de, respetando sus límites individuales, transformar ese mundo. Concibe la educación como una obra de arte y el educador como un artista que rehace el mundo, lo re dibuja. Lo hace desde la sensibilidad, desde la estética y la ética; con su voz que no tiene sentido sin la voz del grupo y entendiendo que el amor es la transformación definitiva y la única forma de enseñar a mar es amando.
Educar desde la humildad. Nadie lo sabe todo y nadie lo ignora todo. Educar desde un sueño, desde una utopía, que no haya ni opresor ni oprimido, tampoco en la escuela. Esto no supone la existencia de un reino de la irresponsabilidad en el que educador y educando se encuentren al mismo nivel. Tienen que existir diferentes niveles de responsabilidad lo mismo que tienen que existir límites. No hay vida sin límites, no hay libertad sin límites, pero hay algunos que hay que rechazar por opción ética y política, por respeto a la autonomía del educando.
Un elemento fundamental en la pedagogía de Freire es el diálogo, la pedagogía dialógica. Este diálogo no es fácil ni siempre posible, pero es necesario, tanto que si la estructura no permite el diálogo hay que cambiar la estructura no renunciar a él. Cambiar la estructura es cambiar el currículum tomándolo como la totalidad de la vida dentro de la escuela.
Hay que tener claro que con educación hacemos política, querámoslo o no, la cuestión es hacerla para transformar el mundo. Transformarlo a través de la clarificación de las conciencias, del desarrollo de la capacidad de pensar crítico. Domesticar es castrar la capacidad de pensar, plantear la realidad como un puro dato. Pensar críticamente para ampliar el poder de uno. Ampliarlo usándolo. Estamos condicionados pero no determinados y trabajamos por transformar las circunstancias que nos condicionan.
Esta actuación sólo puede hacerse desde una combinación de locura y cordura, estando uno "sanamente loco". Es necesario arriesgar. La vida es riesgo, la educación es riesgo.
Uno no puede ser si los otros no son. El educador necesita al educando y viceversa, ambos se educan aunque con tareas específicas.Para conocer es necesario desarrollar la humildad, no tener vergüenza de reconocer que no se sabe. El proceso de conocimiento no sólo pone en juego la razón sino también la pasión, los deseos, los sentimientos.
Amar significa aceptar al alumn
o como es, siempre original y distinto a mí y a los demás alumnos, afirmar su valía y dignidad, más allá de si me cae bien o mal, de si lo encuentro simpático o antipático, de si es inteligente o lento en su aprendizaje, de si se muestra interesado o desinteresado. El amor genera confianza y seguridad. Es muy importante que el niño se sienta en la escuela, desde el primer día, aceptado, valorado y seguro. Sólo en una atmósfera de seguridad, alegría y confianza podrá florecer la sensibilidad, el respeto mutuo y la motivación, tan esenciales para un aprendizaje autónomo. Hacer niños felices es levantar personas buenas. Educar es un acto de amor mutuo. Es muy difícil crear un clima propicio al aprendizaje si no hay relaciones cordiales y afectuosas entre el profesor y el alumno, si uno rechaza o no acepta al otro.
El amor es también paciente y sabe esperar. Por eso, respeta los ritmos y modos de aprender de cada alumno y siempre está dispuesto a brindar una nueva oportunidad. La educación es una siembra a largo plazo y no siempre se ven los frutos. De ahí que la paciencia se alimenta de esperanza, de una fe imperecedera en las posibilidades de superación de cada persona. La paciencia esperanzada impide el desánimo y la contaminación de esa cultura del pesimismo y la resignación que parecen haberse instalado en tantos centros educativos.
Para ser paciente, uno tiene que tener el corazón en paz. Sólo así será capaz de comprender, sin perder los estribos, situaciones inesperadas o conductas inapropiadas, y podrá asumir las situaciones conflictivas como verdaderas oportunidades para educar. La paciencia evita las agresiones, insultos o descalificaciones, tan comunes en el proceso educativo cuando uno “pierde la paciencia”. El amor paciente no etiqueta a las personas, respeta siempre, no guarda rencores, no promueve venganzas; perdona sin condiciones, motiva y anima, no pierde nunca la esperanza.
Amar no es consentir, sobre proteger, regalar notas, dejar hacer. El amor no se fija en las carencias del alumno sino más bien, en sus talentos y potencialidades. El amor no crea dependencia, sino que da alas a la libertad e impulsa a ser mejor. Busca el bien-ser y no sólo el bienestar de los demás. Ama el maestro que cree en cada alumno y lo acepta y valora como es, con su cultura, su familia, sus carencias, sus talentos, sus heridas, sus problemas, su lenguaje, sus sueños, miedos e ilusiones; celebra y se alegra de los éxitos de cada uno aunque sean parciales; y siempre está dispuesto a ayudarle para que llegue tan lejos como le sea posible en su crecimiento y desarrollo integral. Por ello, se esfuerza por conocer la realidad familiar y social de cada alumno para, a partir de ella, y a poder ser con la alianza de la familia, poder brindarle un mejor servicio educativo.
Algunos, en vez de hablar de la pedagogía del amor, prefieren hablar de la pedagogía de la ternura para enfatizar ese arte de educar con cariño, con sensibilidad, para alimentar la autoestima, sanar las heridas y superar los complejos de inferioridad o incapacidad. Es una pedagogía que evita herir, comparar, discriminar por motivos religiosos, raciales, físicos, sociales o culturales. La pedagogía de la ternura se opone a la pedagogía de la violencia y en vez de aceptar el dicho de que “la letra con sangre entra”, propone más bien el de “la letra con cariño entra”; en vez de “quien bien te quiere te hará llorar”, “quien bien te quiere te hará feliz”.
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